La facultad de responder oficialmente a las cuestiones de derecho, que desde Augusto hasta Alejandro Severo había constituido una de las funciones más nobles y de mayor importancia de los jurisconsultos romanos, no pudo subsistir por más tiempo, toda vez que, menoscabadas las condiciones que a tanta altura habían mantenido la ciencia del derecho en Roma, debía necesariamente menguar y casi anularse con el tiempo su autoridad, la cual fue pasando insensiblemente a manos del príncipe conforme al espíritu del despotismo que había invadido todas las instituciones.
- Sustitución, con la monarquía absoluta, de la interpretación científica por los pareceres reales en Roma
Era natural que, establecida la monarquía absoluta, a la potestad imperial correspondiera, no tan sólo crear la ley, sino también interpretarla. Y así fue cómo a la interpretación científica sustituyeron los pareceres imperiales, consignados especialmente en los rescriptos, cuyo número, por eso, llegó a ser tan grande desde Diocleciano en adelante.
- Veneración a los escritos de los jurisconsultos de tiempos precedentes
De este modo, mientras se agotaban las fuerzas de la ciencia jurídica y comenzaba la decadencia científica, la decrepitud de la jurisprudencia acrecentó la veneración a los escritos de los jurisconsultos de los tiempos precedentes. Y es natural: un pueblo falto de celebridades vivientes se nutre más ávidamente con las glorias del pasado. Tal ocurrió en aquellos tiempos.
- Los fallos en las decisiones de los jueces romanos, a ciegas con las obras de jurisconsultos antiguos
En vano buscaban los jueces el apoyo de los jurisconsultos contemporáneos para resolver las crecientes dificultades y fijar de alguna manera la pública opinión; no hubo más remedio que recurrir a las obras de los jurisconsultos antiguos y atenerse a sus decisiones. Pero siendo las obras de los jurisconsultos clásicos muy numerosas, y a las veces discordantes, a falta de jurisconsultos vivos que resolvieran las dudas y eliminaran las contradicciones, no eran ya capaces los jueces de dominar la balumba de aquellas obras, ni mucho menos de pesar y apreciar los motivos de las decisiones que ciegamente adoptaban en sus fallos.
- El emperador romano Teodosio II trata de encontrar una solución al problema
Se generalizó la abstención de todo examen personal y razonado, resultando una verdadera manía de citar y alegar las opiniones contenidas en las obras de los jurisconsultos, sin haberlas ponderado ni entendido bien. Este deplorable método, que había llegado a ser ya el único en la práctica del derecho, indujo al emperador Teodosio II a dictar especialmente una ley para determinar el uso de las obras de los jurisconsultos.
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Fuente:
Derecho romano, Felipe Serafini, páginas 54 - 55.