miércoles, 1 de julio de 2015

Desde Alejandro Severo hasta Justiniano (I): reseña de la historia política

La más espantosa anarquía sucede a la muerte del emperador Alejandro Severo. La indisciplina y la avaricia de los soldados convierten la púrpura imperial en un objeto de tráfico, y elevan al solio y precipitan de él a los príncipes según place a su desenfreno: 16 emperadores, que perecen violentamente y 29 pretendientes devastando a la vez las provincias y destruyéndose unos a otros, forman el compendio de la historia de los cincuenta años de confusión que median entre Alejandro Severo y Diocleciano.

Tributos barbaras invaden el Imperio romano

- La propagación del cristianismo y la invasión de los bárbaros en las provincias del Imperio romano, acontecimientos claves en este período


Dos grandes acontecimientos, nacidos ambos en el período que antecede, y continuados en medio de las devastaciones que agitaron el imperio durante los años que acabamos de reseñar, llaman preferentemente la atención por la gran influencia que van a ejercer en los destinos del mundo y en las relaciones jurídicas de los hombres: estos acontecimientos son la propagación del cristianismo y la invasión de los bárbaros en las provincias del imperio romano.

+ La propagación del cristianismo en la sociedad romana


La impiedad había invadido a la sociedad romana: la filosofía miraba con desprecio al politeísmo, y las clases más importantes le habían dado la espalda: este sin embargo existía como una institución pública, y estaba incrustado, digámoslo así, en las tradiciones y en los hábitos de la época: los emperadores, que sólo veían en él un medio de gobierno y un freno para mantener sumisa a la multitud, procuraban a todo trance sostenerlo, y darle como jefes del culto la dirección que fuera más conforme a sus bastardos intereses.

Ya en tiempo de Tiberio había comenzado a propagarse una religión que debía al fin triunfar de cuantas persecuciones y obstáculos se opusieran a su marcha triunfadora. Los apóstoles predicaban una regeneración social, en que el principio de la fraternidad e igualdad iba a estar en pugna con las instituciones establecidas. El paganismo romano era tolerante por su misma índole: dando cabida, elevando altares y destinando sacerdotes a las deidades de los pueblos incorporados y vencidos, no arriesgaba la homogeneidad de su culto ni su política religiosa: la unidad de Dios era el solo dogma que podía ponerse en pugna abierta con un politeísmo de tan pocas exigencias, porque era el único principio que lo contradecía. Esta oposición era tan encontrada, la separación que hacia el cristianismo entre el Estado y la Iglesia, la independencia del poder temporal en la elección de los nuevos sacerdotes, y quizá mas que todo, el horror con que desde los más remotos tiempos habían mirado los romanos las reuniones nocturnas y de carácter misterioso y secreto, son las principales causas que explican las encarnizadas persecuciones fulminadas contra una secta desarmada y pacífica por un gobierno hasta entonces siempre tolerante en materias religiosas. En esta lucha entre las antiguas y las nuevas creencias, los jurisconsultos se pudieron de parte del poder y de las instituciones, o bien llevados del principio que les había hecho siempre respetar lo antiguo, aun al mismo tiempo que por medios ingeniosos lo destruían, o bien por una especie de rivalidad, pues ya entreveían que la nueva religión con la sencillez de su moral iba a hacer menos importante la filosofía.

+ Tribus bárbaras invaden el Imperio romano 


Coincidieron con la propagación del cristianismo las invasiones de las tribus bárbaras del Norte, que las armas romanas no podían contener. Con ellas se abren en la historia las páginas sangrientas que cambian el aspecto del mundo, y que empezando por introducir una ansiedad general, destruyen la seguridad, fomentan la anarquía y el despotismo y concluyen por sumir a los pueblos en la barbarie. Vencedores o vencidos, los bárbaros son siempre enemigos formidables: los mismos medios que emplean los emperadores para evitar sus incursiones, les sirven de aliciente para emprenderlas. Esta calamidad que había comenzado ya en tiempo de los Antoninos, no podía menos de tomar cuerpo en medio de la debilidad y de las luchas intestinas del imperio.

- Diocleciano logra constituir un gobierno estable: de las formas republicanas a las de una monarquía pura


En circunstancias tan críticas, elevado al solio Diocleciano, logra constituir un gobierno estable; pero al mismo tiempo hace desaparecer las formas republicanas, sustituyéndolas por las de una monarquía pura; reemplaza las antiguas magistraturas con otras de creación imperial, e introduce el lujo y la pompa en Oriente, que tan bien decían al despotismo que ya se había desenmascarado. Para libertar al Estado del yugo de las sublevaciones militares, prevenir las usurpaciones de los gobernadores y de los generales y hacer el gobierno más accesible a los pueblos, establece que el pode resida en cuatro príncipes, dos Augustos y dos Césares: estos últimos son elegidos por los primeros, a los que están subordinados. Consiguiente a esto asoció como Augusto a Maximiano, y a Constancio y Galerio como Césares.

- Tras la renuncia de Diocleciano, y la disputa entre los seis príncipes, Constantino se erige como dueño absoluto del imperio


Bien pronto enseñó la experiencia que la anarquía no se había cortado por este medio, sino que sólo había cambiado de terreno, reemplazando a los motines militares las guerras de los Augustos y los Césares para apoderarse cada uno exclusivamente de la diadema, pues poco después de renunciar Diocleciano a la púrpura, seis príncipes se disputaban a la vez el supremo poder, Galerio, Licinio y Maximino en Oriente, y Maxencio, Maximiano y Constantino en Occidente, hasta que la muerte de uno de sus rivales y las victorias que consiguió sobre otros hicieron a Constantino dueño absoluto del imperio.

Constantino era el destinado a levantar el edificio cuyos cimientos había echado Diocleciano: proclamando el cristianismo como ley del Estado, trasladando a Bizancio la residencia imperial y cambiando todas las formas de la administración pública, dio, o mejor dicho, fijó la fisonomía política que distingue el cuarto período de los que le anteceden. Oportuno es este lugar para indicar la influencia política de tales acontecimientos y la nueva constitución del Estado.

- Intervencionismo imperial en el cristianismo


Los emperadores desde la adopción del cristianismo tomaron una parte importante en el gobierno de la Iglesia: así los vemos ya convocando concilios, ya mezclándose en los reglamentos concernientes a la religión, ya dando fuerza coactiva a las disposiciones canónicas, ya proveyendo al sostenimiento del culto, ya a la edificación de los templos. En el celo entusiasta que los anima por la nueva creencia, dotan con rentas perpetuas a la Iglesia, le aplican la capacidad de adquirir que se había antes otorgado a los dioses de la gentilidad, le dan la sucesión de los eclesiásticos que mueren ab intestato y sin parientes que correspondía antes al fisco, y por último declaran inajenables e imprescriptibles los bienes que posee. Organizando la costumbre que durante las persecuciones había prevalecido entre los cristianos por consecuencia de un consejo del apóstol San Pablo de terminar sus diferencias por medio de árbitros elegidos entre las personas más considerables de la Iglesia, sancionan las decisiones arbitrales y las audiencias episcopales sobre materias puramente civiles, echando así los cimientos de la jurisdicción eclesiástica, que en los siglos medios medios debía de desenvolverse en toda su extensión. Unido esto a las funciones que confían a los eclesiásticos de estirpar a los enemigos de la religión y a los herejes, y a otras muchas medidas adoptadas con el fin de ligar la sociedad eclesiástica con la civil, hace conocer como en realce el cambio grande, que por consecuencia de la variación de culto se verificó en el imperio.

- Constantino fija la sede en Constantinopla, asimilándose gobierno, derechos y privilegios a los propios de Roma


Al mismo tiempo las ideas asiáticas debían naturalmente desenvolverse como resultado de la traslación de la residencia imperial. Diocleciano, dejando de habitar en Roma, allanó a Constantino el paso para la fijación definitiva de la sede en Bizancio, a que denominó Constantinopla: el gobierno, los derechos y los privilegios de la nueva Metrópoli son análogos a los de la antigua ciudad; y aunque la lengua latina continúa siendo la oficial, ya se divisa que la griega debía venir a reemplazarla.

- Cambios radicales en la administración pública romana


La administración pública sufre un cambio radical: son separadas las atribuciones militares y civiles; al despotismo militar sucede el áulico; los generales vienen a ser subalternos de los cortesanos; cesa la intervención de las altas magistraturas en los negocios públicos, y el imperio es de hecho el patrimonio del príncipe, señor de las personas y de las fortunas de sus súbditos.

Desaparecen hasta los nombres de casi todas las antiguas autoridades que traían a la memoria la libertad perdida: el senado queda reducido al inferior rango de un cuerpo municipal, se crea otro con iguales funciones en la nueva capital del imperio, y se quitan de los estandartes militares las iniciales S. P. Q. R., que recordaban la gloria del senado y del pueblo que había dominado a las naciones. Se conserva aun el nombre de los cónsules, pretores y cuestores; pero el consulado se limita a dar autenticidad a ciertos actos y a ser objeto de la ambición de cortesanos estúpidos y envilecidos: la pretura, despojada de la jurisdicción, es convertida en una superintendencia de espectáculos, y la cuestura es un mero título honorífico.

En el nuevo sistema, el príncipe reasume todos los poderes; los funcionarios públicos son meros delegados suyos; legislador único, juez supremo y administrador del imperio, no está ligado a las leyes, es la ley viva. Al lado del emperador hay un consejo (consistorium principis), creación de Adriano, como hemos visto al tratar del período precedente, y que era convocado, presidido y disuelto por el príncipe. Sus miembros se llamaban comites consistoriani.

- Constantino divide el imperio en cuatro: prefecturas de Oriente, de Iliria, de Italia, y de las Galias


Constantino divide el imperio en las cuatro grandes prefecturas de Oriente, de Iliria, de Italia y de las Galias: al frente de cada una de ellas hay un prefecto del pretorio; bajo la dirección de cada prefecto hay diferentes diócesis gobernadas por viceprefectos, llamados ya vicarios y ya procónsules. Las diócesis se subdividen en provincias, a cuyos magistrados se denomina rectores, consulares, praesides, correctores. Roma y Constantinopla no estaban comprendidas en esta división, y tenían prefectos particulares. La jerarquía administrativa es arreglada con diligencia y castigados severamente los que usurpan un rango que no les pertenece. En la clase superior están los illustrissimi o nobilissimi, título que se da a los miembros de la familia imperial y a aquellos a quienes el príncipe concede esta alta dignidad: siguen a estos los patricii (excelsi viri, sublimis honor) personas elegidas por el emperador como consejeros íntimos. Los funciones públicos y los del palacio están clasificados según su dignidad en illustres, spectabiles, clarissimi, perfectissimi y egregii: a los cónsules se les da el dictado de excellentissimi.

- Dignidades de nueva creación: el cuestor del palacio, gran canciller del imperio romano


Entre las nuevas dignidades creadas en esta época, debemos hacer mención del cuestor del palacio imperial (quaestor sacri palatii), que venía a ser el gran canciller del imperio encargado principalmente de la conservación de las leyes, de la redacción de las nuevas, y de preparar y de comunicar los rescriptos: de los jefes militares (magistri militum), que después que Constantino suprimió las guardias pretorianas y separó la administración civil de la militar, sucedieron a los prefectos del pretorio en el mando de las armas, y por último de los comprendidos bajo la denominación de palatini, que con diferentes denominaciones estaban adictos al palacio del príncipe.

- La autoridad militar y civil se separa: se reduce el ejército y entran bárbaros en el mismo


La separación de la autoridad militar y civil fue precursora de una reducción considerable en el ejército, y de que empezaran a entrar en él bárbaros y gentes aventureras a sueldo del erario: los grados militares se debieron en este período más al favor cortesano que a los servicios castrenses.

- Cambios en el sistema de tributos romano


Tantos cambios no podían menos de hacerse sentir en el sistema de los tributos. A los que existían se agregaron otros nuevos, y se renovaron algunos que ya habían desaparecido, que fueron no menos onerosos por la cuota que por el modo de exigirlos. El tesoro público (aerarium) se confundió con el militar o privado (fiscus), y tanto la recaudación de los impuestos como el pago de los gastos públicos estaba al cuidado del conde de las liberalidades imperiales (comes sacrarum largitionum).

- Constancio, sucesor de Constantino I


A Constantino I, denominado el Grande, sucedieron sus tres hijos: Constantino II, Constancio y Constante; pero el poder supremo vino a concentrarse algunos años desde Constancio, quedando así otra vez la soberanía en las manos de un solo emperador.

- Juliano accede al trono tras una insurrección militar


Juliano, asociado por Constancio al imperio como César, fue elevado al trono tras una insurrección militar. Sus grandes cualidades como guerrero y como filósofo no le impidieron desconocer su época como político. Trató de restablecer el politeismo, creyéndolo un medio de volver a las instituciones antiguas; sus virtudes y su amor a la justicia no le dejan sin embargo un nombre ilustre en la historia.

- Joviano


Joviano, restableciendo como ley del Estado la religión cristiana, destruyó la obra de reacción que Juliano había intentado: su muerte, acaecida en el octavo mes de su elevación al solio, fue seguida de una serie de emperadores que gobernaron conjuntamente el Estado, dividiendo entre sí las provincias, como lo habían hecho sus predecesores que estuvieron asociados en el púrpura, hasta que se hizo la división del imperio de Oriente y Occidente entre los hijos de Teodosio.

La división del imperio no fue tan absoluta que destruyera todos los vínculos de unidad que existían entre los dos nuevos estados. Así vemos que las leyes eran promulgadas a nombre de los dos emperadores, de tal modo que a veces solo por el lugar en que están dadas puede venirse en conocimiento de quien fue el que las promulgó. Cierto es que una constitución de Teodosio II previno que las leyes publicadas en un imperio solo valieran cuando lo fueran en el otro; pero también lo es que la promulgación siempre se verificaba.

- Arcadio y Honorio


Arcadio y Honorio fueron los primeros emperadores de los dos nuevos estados. La debilidad de Honorio se transmitió a sus sucesores: las naciones bárbaras del Norte y del Este de Europa, extendiendo cada día más sus invasiones, concluyeron por destruir el imperio de Occidente.

- Odoacro y Teodorico


Odoacro, proclamado rey, fue destronado por Teodorico, fundador del reino de los Ostrogodos en Italia. Los emperadores de Oriente aunque se habían manifestado tan débiles y tan egoístas durante estas catástrofes, nunca renunciaron a sus pretensiones sobre Occidente, y ya veremos que la suerte fue propicia a las armas del imperio en tiempo de Justiniano. El imperio continuó llamándose romano.

- El imperio de Justiniano


Zenon dominaba en Oriente cuando el imperio de Occidente dejó de existir; en los estrechos límites que nos hemos trazado, no debemos detenernos en Anastasio y en Justino, que fueron después de él revestidos con la púrpura imperial. Mas el imperio de Justiniano, por la gran importancia que tiene en la historia del Derecho, exige una ligera reseña.

Justiniano, este príncipe ilustre, objeto de tantas alabanzas y de tantos vituperios, tracio según unos, y según otros ilirio, diferencia nacida de que el pueblo de su nacimiento y el de su primera educación estaban en los confines de Tracia y de Iliria, fue adoptado por su tío Justino, que desde la clase de soldado por su valor había llegado a las más altas dignidades, y por último a ceñir la diadema imperial. Bajo tan poderosa influencia, pronto llegó Justiniano a obtener los puestos más distinguidos del Estado, y vio abierto su paso al solio cuando Justino le nombró César y le asoció al imperio.

Cuatro meses después ocurrió el fallecimiento de Justino, y Justiniano ascendió al trono acompañado de su esposa Teodora, que se había dado en espectáculo en el teatro y en el circo, y que había habitado un pórtico de prostitución en Constantinopla.

Triste era la situación del Estado al ser Justiniano revestido con la púrpura. África, Hispania, las Galias, Italia, todo lo que había formado el imperio de Occidente, estaba en poder de las naciones bárbaras que lo habían invadido: el vándalo, el godo, el visigodo, el borgoñón, el ostrogodo y otras tribus provenientes del Septentrion se enseñoreaban de las más hermosas provincias que formaban en otro tiempo la dominación de Roma. En los mismos límites asiáticos del imperio de oriente, los persas aprovechándose de la debilidad general se habían hecho formidables.

En la situación interior del imperio se retrataba también la degradación que le había privado del ascendiente que en otro tiempo ejerciera sobre las demás naciones. Las cuestiones religiosas envenenaban todos los ánimos, y subdividían a los cristianos en sectas, que mútuamente condenaban como errores sus doctrinas: los colores que en el circo tomaban los que disputaban el premio, habían dado origen a las facciones de los blancos, encarnados, azules y verdes, que vinieron a parar en partidos políticos rencorosos.

Mas feliz fue Justiniano en sus empresas guerreras que en su política interior: a las grandes cualidades de sus generales Belisario y el eunuco Narses debió este resultado: sus armas vencedoras destruyeron el reino de los vándalos en África, que volvió a ser una prefectura del imperio; sucedió a esta la de Sicilia y después la de Italia, que quedó erigida en un exarcado, cuya capital era Ravena. No fue igual el éxito de sus guerras con los persas: comprándoles la paz excitó más su codicia, y para evitar sus incursiones hizo tributario de ellos el imperio, conducta que siguió también con los hunos, con los sarracenos y con otros pueblos bárbaros, con el objeto ya de obtener la paz, ya de aprovecharse de sus servicios militares.

Las cuestiones encontraron en Justiniano, o un partidario ciego, o un enemigo obstinado; en lugar de ser el regulador entre todas las facciones, vino a ser el instrumento de algunas. En el ardor con que abrazó la causa ortodoxa fulminó persecuciones contra cuantos de ella estaban separados. Su parcialidad por los azules, unida a las exacciones del prefecto del pretorio Juan y de Triboniano, cuestor del palacio imperial, dio lugar a una insurrección de los verdes que le hubiera costado el trono y la vida, si Belisario y Mundo gobernador de la Iliria, no hubiesen llegado oportunamente para libertarle de sus enemigos después de una matanza de treinta mil habitantes de Constantinopla, y para proporcionarle el desquite de hacer decapitar a dos individuos de la familia que era proclamada y arrojar sus cadáveres al Bósforo.

Pesado fue también el gobierno de Justiniano por la enormidad de los impuestos, que empleaba ya en satisfacer los tributos a los bárbaros, ya en los magníficos edificios con que adornó las ciudades del imperio.

Su deseo inextinguible de gloria y su propensión a oír las lisonjas cortesanas lo llevaron a un extremo ridículo de dar su nombre a muchas ciudades, a puertos, a fortalezas, a palacios, a códigos, a magistraturas, a cuerpos militares y a estudiantes: hasta la letra j no se libró de la manía imperial, y se cambió su nombre por el del príncipe.

Mas no eran las empresas guerreras, ni la arquitectura, ni la política interior los títulos que habían de inmortalizar principalmente su reinado: sobre sus sienes debía reflejar la gloria del legislador, gloria que hace olvidar todos sus desaciertos, y que convirtió al legislador de Oriente en legislador del mundo civilizado.

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- Desde Alejandro Severo hasta Justiniano


+ Desde Alejandro Severo hasta Justiniano (II): orígenes del Derecho

+ Desde Alejandro Severo hasta Justiniano (III): estado del Derecho

+ Desde Alejandro Severo hasta Justiniano (IV): cultura del Derecho

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Fuente:
Curso histórico-exegético del Derecho romano | D. Pedro Gómez de la Serna | Páginas 72 - 82.